Hacia una ética cívica:
Conceptualización, análisis y resignificación de las prácticas sociales individualistas, en busca de relaciones cogestionarías
La ética es el campo de la filosofía que reflexiona acerca de nuestro comportamiento y proceder, mostrándonos un horizonte posible y deseado en cuanto al deber ser. La Real Academia Española la define como: “Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida”. Por su parte, la ética cívica tiene como campo de acción al sujeto que se asume como construcción de lo colectivo, que sobrepasa lo individual y se piensa como parte del grupo. Acá el individuo asume lo público como propio, lo cuida, lo protege y busca la forma de potencializar su desarrollo armónico. En la ética cívica se profesan valores como libertad, respeto, solidaridad e igualdad, además de emociones políticas como la compasión, la empatía, la indignación, entre otras. Desde una ética cívica los conflictos se dirimen a través el dialogo y la concertación. En cuanto la ética política, sería el conjunto de normas y valores que comparten el interés general de la sociedad mientras se ejerce un cargo de poder.
Desde los inicios de la historia, la humanidad ha tenido una preocupación frente a la búsqueda de respuestas a problemas comunes. Y es allí donde la ética cívica toma su papel protagónico, generando conciencia para que esos mismos problemas comunes tengan una solución a nivel colectivo
De acuerdo a lo anterior, la ética cívica se refiere a nuestro comportamiento en una comunidad social, es decir, al esfuerzo de los seres humanos para pensar, justificar y realizar un proyecto común que se dirija hacia una convivencia justa. La filósofa Cortina A. 2014 define la ética cívica “Conjunto de valores y normas que comparte una sociedad moralmente pluralista y que permite a los distintos grupos, no solo coexistir y convivir, sino construir una vida juntos a través de proyectos compartidos”.
A su vez, si se quiere para la sociedad un desarrollo integral del ser humano, la ética civil debe ser un elemento fundamental en los diferentes procesos formativos, donde se posibilite el diálogo como generador de intereses comunes que conduzcan a la comprensión e implementación de formas de vida justas y comunitarias.
Si tenemos en cuenta estas consideraciones, podemos postular la siguiente tesis: “La ética cívica abarca a la ética política”. Y nos preguntaríamos: ¿Qué sucede si mi obrar no es consecuente entre una ética política y la ética cívica? ¿Cómo entender a la ética política por fuera de la cívica si surge y se gesta en ella? Quien actúe con una ética política, necesariamente debe hacerlo desde su referente. No es posible concebir un sujeto político que no se interese por los valores que su sociedad requiere y defiende. Ambas éticas son necesarias para la construcción de un ideal ciudadano. Es más, se puede considerar que la ética por su definición, ya es cívica.
Sin embargo, en muchas ocasiones el actuar humano toma distancia de la ética ciudadana, generando sociedades donde impera la “ley del más fuerte”. Esto tiene como causa fundamental los egoísmos e intereses particulares: Lo privado se impone a lo público y el bien general se subordina al bien particular. Nos damos cuenta de esto cuando vemos como personas que, desde su posición y condición, abusan de ella para tomar ventaja ante los demás y así pasarse por alto los principios de la ética cívica.
Este comportamiento netamente individualista y abusivo, es llamado por la filósofa Adela Cortina como el individualismo posesivo y se caracteriza porque los seres humanos buscan sacar beneficio personal a todo, incluso perjudicando a gran parte de la sociedad, generando muchas veces pobreza, violencia y desigualdad social. Al respecto, Cortina A y Conill J. 2012 afirman que: El triunfo del individualismo posesivo, convencido de que el núcleo de la vida social es el individuo y de que cada individuo es el dueño de sus facultades y del producto de sus facultades sin deber por ello nada a la sociedad, se renueva en el neoliberalismo. En este contexto ideológico la responsabilidad por las consecuencias de las propias decisiones para el entorno social y natural resulta incomprensible (p-8)
Un ejemplo reciente es el comportamiento que con razón produjo indignación, rabia y rechazo a propósito de la pandemia del Covid-19 en Perú, cuando dos ministros en ejercicio y el expresidente Martín Vizcarra, fueron los unos destituidos y el otro investigado por violar la confianza que les brindó el pueblo, ya que aprovecharon su posición para saltarse la fila y los requisitos de vacunación. Un comportamiento claramente abusivo, descarado y desde cualquier punto de vista contrario a la ética cívica. No les importó el interés general, sino el de ellos y sus familias. Antepusieron su bienestar sobre la comunidad. Y este no es solo un caso aislado, sino uno de los cientos de ejemplos de actuaciones éticamente incorrectas que se presentan desde las altas esferas políticas y que por ende se reflejan en actuaciones desde las cotidianidades de las bases sociales.