Nuevas tendencias,

actores y escenarios de la

educación de adultos en América Latina

30062022 art 3¿Transformar o comprender? En la onceava tesis sobre Feuerbach, Marx (1969) plantea que la función de los filósofos ha sido la de interpretar el mundo, pero lo que se requiere es transformarlo; ciertamente, tal postulado, que es un axioma regulador de las últimas tres décadas de la educación popular, es necesario sustituirlo por textos como el siguiente:

Nuestra generación no ha hecho más que transformar el mundo; pero ahora, de lo que se trata es de comenzar a comprenderlo.

Y es que con la certeza sobre qué hacer, nos sumimos en un activismo que no dejó un sólo instante para tratar de comprender la realidad más allá de lo dictaminado en los manuales. Ya estaban contestadas todas las preguntas; se trataba de convertir en una realidad la construcción del socialismo. Pero los socialismos reales se derrumbaron como un castillo de naipes, mostrando al mundo sus dictaduras maquilladas y su atraso tecnológico. Vino entonces el desconcierto, que bien pronto culminó en el sentimiento de culpa y en los arrepentimientos tardíos. Sin embargo, lo dramático de la situación no es eso, pues como dice el poema de Benedetti (1974): “y no llorarse las mentiras/ sino cantarse las verdades.”

¿Autocrítica o vergüenza?

Lo dramático, es que la autocrítica está comenzando a convertirse en vergüenza. Ha llegado a tanto el descrédito de la izquierda que nos estamos avergonzando de haber creído que era posible y ético comprometerse en la construcción de un mundo justo. La escala de valores se ha vuelto “patas arriba”; entre el postmodernismo con su consigna de: “a mí no me importan nada los demás”, y el neoliberalismo, con su “sálvese quien pueda”, los ideales altruistas se volvieron una estupidez, tanto como arrojarlos a la basura y localizarlos dentro del oscurantismo de la Edad Media.

Ciertamente, a estas alturas del cuento, es necesario reconocer que el compromiso estaba impregnado de mesianismo y que las teorías históricas rectoras poseían un universalismo homogeneizador, que a la luz de los desarrollos actuales son inadmisibles. También, dentro del afán de reconocer el papel de los grupos humanos, con demasiada frecuencia se nos olvidó el individuo y, como si fuera poco, existía un reduccionismo economicista que no dejaba un campo al corazón ni al intestino.

Y hubo muchos errores más. Pero no nos olvidemos que el conocimiento es histórico, que las ideas sobre el mundo van modificándose. Pero eso, si de algo se puede acusar a un hombre, no es en ningún momento por haber profesado “las verdades de su tiempo” sino, por el contrario, por haber sido indiferente a ellas, por permanecer al margen de los acontecimientos. Obviamente que el vivir la época no exonera a nadie de tener que asumir una permanente posición de búsqueda crítica. No se trata de eliminar la responsabilidad que se tiene con las decisiones tomadas.

Cuestión de ética

Nos equivocamos, sí. Pero es necesario dejar muy claro que la equivocación radicó en la dogmatización de las teorías sociales y no fue una equivocación ética. Es decir, no podemos aceptar que se nos enjuicie por haber intentado participar en la construcción de una utopía. Esta digresión con visos de romanticismo, que entre otras no hacíamos hace muchos, muchos años, justamente por habernos vuelto científicos, comienza hoy en día a cobrar nuevamente vigencia. Y se recobra ante la hegemonía de un mundo unipolar, que nos quiere vender el catecismo del capitalismo salvaje, dentro de un horizonte biologicista en el que sólo sobrevive el más fuerte, donde las palabras solidaridad y compromiso son pura “carreta” de idealistas, que como los dinosaurios se encuentran por fuera de la historia. Paradójica doctrina donde se asume una posición política diciendo que la política se acabó.

¿Despolitización o politización de nuevo tipo?

La educación de adultos de las próximas décadas, no puede, entonces, sustraerse de la utopía. No puede dejar de pensar en un futuro mejor para las grandes mayorías, no puede sustraerse a formular nuevos para qué, y hasta como decía Freire en alguna ocasión, en el contra quienes. Obviamente que tampoco puede regresar a los antiguos paradigmas pues hay que aprender la lección.

Es necesario evitar caer en la trampa (ideológica) del fin de las ideologías, esmerándose por contribuir a la creación de nuevos horizontes, con nuevas ideas, pero también, teniendo en cuenta antiguos ideales, que desechen de lo viejo todo aquello que obstaculizó la vida, pero retomando de lo viejo todos esos anhelos de fraternidad, los cuales cada día se encuentran más lejos de obtener dentro de la receta neoliberal. La perspectiva de la educación de adultos no es, pues, su despolitización, sino una nueva politización. Y para bocetarla hay que tomar un poco de respiro y, como decíamos al parodiar la XI tesis de Feuerbach: comenzar a comprender el mundo.